lunes, 18 de febrero de 2008

Capitulo2: tercera entrega

De repente, todo se quedó en silencio, y todo el mundo se acomodó en las sillas. Robert Chez había vuelto al atril, y la asamblea estaba a punto de comenzar por fin.
-Buenos días camaradas. Lo de buenos días no es otra cosa que una formalidad, pues como sabréis nuestros peores presagios se han cumplido, sabíamos que tarde o temprano esta situación iba a llegar, lo que no pensábamos es que el señor Hitler recibiera tanto apoyo de la población y del ejército. Nuestra lucha había comenzado mucho antes de que Hitler ni siquiera pensara en dedicarse a la política, por lo tanto nuestros objetivos deben seguir intactos. Nuestro anhelo de conseguir que la sociedad en la que vivimos sea justa y libre de verdad, y de llegar a la colectivización total del campo y las ciudades no se debe mover ni un ápice. Lo que si hemos de saber, es que hemos de modificar los medios que íbamos a emplear para conseguir dichos objetivos. Todos somos conscientes de que el enemigo no nos va a dar tregua, y que va a emplear métodos mucho más represivos que los que hasta ahora habían empleado los gobiernos a los que nos hemos estado enfrentando.
Mientras Chez hacia su discurso, mis ojos estaban como platos y mis labios difícilmente podían juntarse más de un segundo. Aquel anciano me había impresionado, pese a su fragilidad física aparente, demostraba una fuerza y un empuje que parecían de un joven de 20 años. Además, sus palabras aunque incendiarias no se salían de un tono relajado que aún las hacía más creíbles, y acentuaba esa virulencia que tenían.
-¡No debemos pensar solo en derrotar al temible y poderoso contrincante que las circunstancias nos han puesto en frente, porque si no nuestros objetivos se verán reducidos a un papel secundario! ¡Debemos, camaradas, armarnos, prepararnos y estar dispuestos a llevar a cabo la revolución que con tanta pasión deseamos! Hitler quiere realizar un cambio de régimen sin contar con su pueblo, pese a que se le llene la boca diciendo que todo lo hace por el glorioso pueblo alemán y que quiere devolver a la patria germana al lugar de la historia que se merece. El pueblo llano le da completamente igual, solo son pequeñas piezas que hay que utilizar y exprimir para que muevan el gran engranaje de su maquinaria bélica y económica. Pero yo os digo camaradas, ¡qué el pueblo es ese gran engranaje, no las pequeñas piezas! ¡Nosotros somos el pueblo, nosotros somos el gran engranaje! ¡Nadie debe defendernos, ya que ningún ejercito, ni ningún gobierno puede frenarnos cuando estamos tan hambrientos, y no solo de pan, sino de educación, de derechos, y de libertades! Camaradas, por eso os digo, que unamos nuestras fuerzas, que no tengamos miramientos con los latifundistas, con el patrón, porque desde hace muchísimos siglos los que pagamos el pato somos los mismos, y ha llegado nuestra hora, la hora de los desheredados. Nos asiste la razón, y en este caso, todos los medios utilizados, estarán justificados pues el fin no es alcanzar el poder, sino nuestra supervivencia y nuestra libertad. Pero no olvidemos una cosa, nosotros somos muy diferentes a ellos, nosotros no somos crueles, no somos vengativos, pero tampoco olvidamos lo que nos han hecho, y hemos de dejar que cada pueblo decida el destino de sus opresores pero obrando con justicia y no con ira, evitando los ajustes de cuentas y las venganzas, por muy grandes que hayan sido los oprobios hechos por estos. Severidad y justicia si, crueldad y tortura no.
Pero en ese momento un estruendo de cristales rotos interrumpió al camarada Chez. Eran disparos, y al instante una tremenda explosión se escucho en toda la sala, e instintivamente todos nos fuimos al suelo. Una polvareda inundo todo el recinto, y entre la espesa niebla se distinguían a miembros de las fuerzas de seguridad. En seguida noté que alguien tiraba de mi con una fuerza inusitada. Era Herrman que mientras me levantaba como podía, no dejaba de decirme que fuéramos a escondernos. Nos parapetamos detrás de una mesa que el mismo me instó a volcar.

Capitulo2: segunda entrega

Por fin llegó el día 30 de Enero, el día de la reunión y el día del nombramiento de Hitler como Canciller. Este hecho hizo que el orden del día de la reunión se viera alterado totalmente. En él figuraban puntos como la creación de un grupo activista que se dedicaría a realizar acciones de sabotaje y desestabilización desde las grandes empresas, la fundación de una publicación obrera clandestina que se distribuiría en las grandes ciudades, y un grupo informativo que se dedicaría a ir por las zonas agrarias de todo el país informando a los campesinos sobre sus derechos sobre la tierra y explicándoles cómo funcionan las colectivizaciones, sin dejar de recordarles que su precaria situación se debe a la opresión a la que les tiene sometido el patrón, y que la única solución es revelarse y coger, aunque sea por la fuerza lo que les pertenece, es decir, la tierra. Ese era el último punto del orden del día, “La Revolución como única solución”. Todo esto se vio reducido a papel mojado, pues la subida al poder del “enano del bigote”, como le llamaban los camaradas, lo eclipsó todo. En el preámbulo de la reunión todo eran corrillos de gente comentando lo ocurrido esa mañana, algunos estaban realmente asustados e incluso alguna de las delegaciones hizo amago de irse y propuso posponer la reunión hasta que se viese como se sucedían los eventos. Por supuesto esa proposición no prosperó, ya que la idea que mas abundaba en los diversos corrillos que se formaron en el local donde se iba a celebrar la reunión, no era otra que la de derrocar (por lo civil o por lo criminal) al recién nombrado canciller. Algunos de los asistentes incluso se exaltaron en demasía profiriendo gritos como “Muerte al Canciller”, lo que produjo gran algarabía y jubilo entre los asistentes, produciendo demasiado escándalo para lo que tenía que ser una concentración secreta y clandestina. Al momento, uno de los oradores llamó al orden a los alterados por el bien de todos, y por la supervivencia de la reunión. Era un hombre mayor de unos setenta años con incipiente calvicie, barba blanca larga hasta la boca del estomago, con pocos dientes y una gorra que la mayoría del tiempo estaba entre sus encalladas manos en lugar de estar en su cabeza. Por la forma en que todos callaron al instante, supuse que se debía de tratar de una persona muy respetada por todos los miembros del sindicato.
-¿Quién es el que ha hablado?- le susurré al oído a Herrman, que no se había separado de mi lado en todo el rato.-Parece muy importante
-Se trata del camarada Robert Chez. Es el fundador de nuestro sindicato y uno de los anarquistas más reputados de Alemania.
-Se puede decir que es el líder, ¿no?-repregunté yo.
-Pues no, en nuestra organización no existe nadie que sea más que nadie. Las diferentes facciones o células eligen representantes que son los que exponen las propuestas de las bases militantes, y todo se somete a votación y se decide entre todos, sin que el voto o la palabra de alguno sea más que la de otro camarada.
La manera de hablar de Herrman había cambiado desde que habíamos entrado en aquel viejo taller textil. Su lenguaje era más beligerante, y sobretodo estaba mucho más politizado. De su boca no desaparecían en ningún momento las palabras camarada, lucha, resistencia y revolución. Yo me sentía cohibido en aquella situación, pues era el de más corta edad de toda la asamblea, y a mí me parecía que no me aceptarían nunca. Pero fue todo lo contrario. Nada más cruzar el umbral de la puerta, Herrman me presento a varios de los compañeros, y en seguida acudieron todos los de nuestra delegación (Berlín centro). Uno a uno se fueron presentando y dándome la bienvenida. Me acogieron con los brazos abiertos, y todos me decían que Herrman había hablado muy bien de mí. Pero pese a todo, yo no era capaz de soltarme, supongo que por la ansiedad que tenia y porque la noticia de que Hitler había alcanzado la cancillería me había impactado, pues temía que lo que había sucedido en la sastrería llegara a convertirse en algo cotidiano. No dejaba de ser un joven que aunque no quisiese, se había criado en lo que se podía llamar una familia acomodada burguesa, y mi mentalidad era diferente a los allí reunidos que se habían acostumbrado a ganarse lo poco que tenían con el sudor de su frente desde muy pequeños. Mis problemas hasta que entré a trabajar con mi padre, eran de lo mas banales, tenía miedo de suspender alguna asignatura, me enfadaba si no me compraban algún juguete del que me había encaprichado, me enfurruñaba si no me dejaban salir con los amigos a jugar a pelota, en fin, que nunca tuve que preocuparme por mi alimentación, mi educación o por la falta de un techo. Pero fue conocer a Herrman y leer aquellos libros, y mi conciencia se removió hasta el punto de sentirme culpable por tener lo que tenía, y de vivir como vivía.

Capitulo2: primera entrega

Ya habían pasado dos semanas desde aquel incidente terrible de la sastrería, y las cosas en el país habían cambiado radicalmente. Nadie podía imaginar que esto llegara a ocurrir. Las manifestaciones y los actos violentos se seguían sucediendo por todo el país y siempre por parte de los mismos y contra los mismos. Los que los provocaban, el NSDAP, los que los recibían, pues los de siempre, Judíos y los que ellos llamaban genéricamente Marxistas. En el grupo de los “Marxistas”, entraban comunistas pro- rusos, anarquistas, socialistas moderados, y simplemente gente demócrata que por la posición que ocupaban, les estorbaba y se lo sacaban de en medio con la única acusación de “Marxista”. La cúpula directiva del partido nunca admitió estar detrás de los ataques, y en cambio se dedicaba a decir que el gobierno había perdido las riendas del estado, que ellos serían capaces de controlar la situación. Von Hindenburg se vio obligado a pactar con Hitler debido a la fragilidad de su gobierno, y el 30 de Enero ocurrió lo que muchos temían y nadie quería creer. Adolf Hitler fue nombrado Canciller y las revueltas y atentados del NSDAP, terminaron casi de manera radical en el momento en que el nuevo canciller promulgó leyes excepcionales para mantener controlada a la población. Lo primero que hizo el Canciller después de declarar el estado de excepción fue disolver el parlamento y convocar elecciones.
Todo esto pasaba mientras yo no dejaba de leer a Marx, Bakunin y Trotski. No hice caso de lo que mi padre me dijo, y pese a que Herrman al principio no quería que desobedeciese a mi padre, en el fondo estaba encantado de que un chico con mi juventud se mostrase tan interesado y apasionado por cambiar el estado del bienestar en que se encontraba instalado el país en particular, y la sociedad mundial en general. En esos días antes del encuentro de las células anarquistas que se iba a celebrar en la ciudad, yo no hacía otra cosa que preguntarle a Herrman sobre las acciones que se debían llevar a cabo para conseguir los objetivos descritos por los ideólogos, y debido a mi ansiedad, me llevé alguna regañina por parte de Herrman. Él no dejaba de recordarme que esto no era una aventura de una novela de Jules Verne, que no era un juego, que lo que querían realizar desde el sindicato era un cambio profundo en la comunidad alemana, acabar con la injusticia social. “¿No será un capricho de niño bien?” fue la pregunta que mas me repitió en esos días, para mi enojo cada vez que me la realizaba por supuesto.