lunes, 18 de febrero de 2008

Capitulo2: segunda entrega

Por fin llegó el día 30 de Enero, el día de la reunión y el día del nombramiento de Hitler como Canciller. Este hecho hizo que el orden del día de la reunión se viera alterado totalmente. En él figuraban puntos como la creación de un grupo activista que se dedicaría a realizar acciones de sabotaje y desestabilización desde las grandes empresas, la fundación de una publicación obrera clandestina que se distribuiría en las grandes ciudades, y un grupo informativo que se dedicaría a ir por las zonas agrarias de todo el país informando a los campesinos sobre sus derechos sobre la tierra y explicándoles cómo funcionan las colectivizaciones, sin dejar de recordarles que su precaria situación se debe a la opresión a la que les tiene sometido el patrón, y que la única solución es revelarse y coger, aunque sea por la fuerza lo que les pertenece, es decir, la tierra. Ese era el último punto del orden del día, “La Revolución como única solución”. Todo esto se vio reducido a papel mojado, pues la subida al poder del “enano del bigote”, como le llamaban los camaradas, lo eclipsó todo. En el preámbulo de la reunión todo eran corrillos de gente comentando lo ocurrido esa mañana, algunos estaban realmente asustados e incluso alguna de las delegaciones hizo amago de irse y propuso posponer la reunión hasta que se viese como se sucedían los eventos. Por supuesto esa proposición no prosperó, ya que la idea que mas abundaba en los diversos corrillos que se formaron en el local donde se iba a celebrar la reunión, no era otra que la de derrocar (por lo civil o por lo criminal) al recién nombrado canciller. Algunos de los asistentes incluso se exaltaron en demasía profiriendo gritos como “Muerte al Canciller”, lo que produjo gran algarabía y jubilo entre los asistentes, produciendo demasiado escándalo para lo que tenía que ser una concentración secreta y clandestina. Al momento, uno de los oradores llamó al orden a los alterados por el bien de todos, y por la supervivencia de la reunión. Era un hombre mayor de unos setenta años con incipiente calvicie, barba blanca larga hasta la boca del estomago, con pocos dientes y una gorra que la mayoría del tiempo estaba entre sus encalladas manos en lugar de estar en su cabeza. Por la forma en que todos callaron al instante, supuse que se debía de tratar de una persona muy respetada por todos los miembros del sindicato.
-¿Quién es el que ha hablado?- le susurré al oído a Herrman, que no se había separado de mi lado en todo el rato.-Parece muy importante
-Se trata del camarada Robert Chez. Es el fundador de nuestro sindicato y uno de los anarquistas más reputados de Alemania.
-Se puede decir que es el líder, ¿no?-repregunté yo.
-Pues no, en nuestra organización no existe nadie que sea más que nadie. Las diferentes facciones o células eligen representantes que son los que exponen las propuestas de las bases militantes, y todo se somete a votación y se decide entre todos, sin que el voto o la palabra de alguno sea más que la de otro camarada.
La manera de hablar de Herrman había cambiado desde que habíamos entrado en aquel viejo taller textil. Su lenguaje era más beligerante, y sobretodo estaba mucho más politizado. De su boca no desaparecían en ningún momento las palabras camarada, lucha, resistencia y revolución. Yo me sentía cohibido en aquella situación, pues era el de más corta edad de toda la asamblea, y a mí me parecía que no me aceptarían nunca. Pero fue todo lo contrario. Nada más cruzar el umbral de la puerta, Herrman me presento a varios de los compañeros, y en seguida acudieron todos los de nuestra delegación (Berlín centro). Uno a uno se fueron presentando y dándome la bienvenida. Me acogieron con los brazos abiertos, y todos me decían que Herrman había hablado muy bien de mí. Pero pese a todo, yo no era capaz de soltarme, supongo que por la ansiedad que tenia y porque la noticia de que Hitler había alcanzado la cancillería me había impactado, pues temía que lo que había sucedido en la sastrería llegara a convertirse en algo cotidiano. No dejaba de ser un joven que aunque no quisiese, se había criado en lo que se podía llamar una familia acomodada burguesa, y mi mentalidad era diferente a los allí reunidos que se habían acostumbrado a ganarse lo poco que tenían con el sudor de su frente desde muy pequeños. Mis problemas hasta que entré a trabajar con mi padre, eran de lo mas banales, tenía miedo de suspender alguna asignatura, me enfadaba si no me compraban algún juguete del que me había encaprichado, me enfurruñaba si no me dejaban salir con los amigos a jugar a pelota, en fin, que nunca tuve que preocuparme por mi alimentación, mi educación o por la falta de un techo. Pero fue conocer a Herrman y leer aquellos libros, y mi conciencia se removió hasta el punto de sentirme culpable por tener lo que tenía, y de vivir como vivía.

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