sábado, 26 de enero de 2008

Capítulo 1: Octava entrega

Herrman se levantó ayudado por mí y le dijo con lágrimas de rabia en los ojos:
-Pues con la actitud que está teniendo demuestra no ser muy diferente.
-No te equivoques hijo, si yo os digo que no os signifiquéis políticamente, es únicamente para protegeros. Ya veis que a esta gentuza no se le puede llevar la contraria, están cegados por el odio, y son capaces de cualquier cosa para llegar el poder.
-Proteja a su hijo, pero a mi déjeme en paz. Yo sé donde me meto, ya soy mayorcito.- Le replicó Herrman
-Tienes razón, no puedo amputarte tus ideas, es más, jamás se me ocurriría algo así, pero lo que si te puedo pedir es que aquí seas discreto y que no le metas esas ideas a mi pequeño, es muy joven todavía.
El espigado empleado de mi padre se había quedado sin habla al ver la cara de resignación con la que le miraba. Su rostro reflejaba arrepentimiento y a la vez pavor. Arrepentimiento por haber castigado de esa manera al bueno de Herrman, y pavor por que no le pasara a su carpintería lo mismo que a la sastrería judía.
Mi padre se encerró en el despacho, y aunque jamás lo admitiría, se que estuvo llorando. Al poco rato, salió ya cambiado de ropa y dijo que se iba a casa. Iba cabizbajo, con el rostro entristecido y los brazos que le colgaban como badajos de una campana. Durante un buen rato, Herrman y yo apenas cruzamos palabra, pero después de un par de horas trabajando sin descanso, mi compañero sacó el paquete de tabaco y me ofreció uno. Yo lo cogí y le dije que si nos sentábamos un momento.
-Ya me he terminado el libro, es interesantísimo- le dije yo
-¿¡Ya!?-exclamó impresionado- No hacía falto que corrieras tanto.
-Es que no pude parar hasta que no terminé la última página. Es apasionante, me ha hecho replantearme todos los valores que mis padres me habían inculcado.
-No deberíamos hablar de esto Rudolph, ya has oído a tu padre. Y en el fondo tiene razón, tú eres muy joven y tal y como está el país hoy en día hablar de estas cosas es muy peligroso. Esos energúmenos del NSDAP cada vez son más, y no se detienen ante nada.- Me interrumpió él
-Pero Herrman, no me puedes decir eso, algo dentro de mí se ha despertado, y no puedo frenar las ganas de saber más sobre esas ideas. Si tú no me quieres contar mas ya encontraré a quien lo haga. Además, parece mentira que seas tú quien me quiera prohibir, tú que antes te has enfrentado con mi padre por la misma razón, tú que has leído a Bakunin, que eres seguidor suyo. ¿No es él el que dice que nadie debe gobernarnos, que el pueblo debe decidir su futuro y que nadie está autorizado para decidir sobre lo que está bien o lo que está mal?
-Tienes razón, yo no soy quien, pero respeto a tu padre. Y no le falta razón, todavía eres muy joven para meterte en política. No te puedes comparar conmigo, yo tengo ocho años más que tú y llevo seis en el sindicato. Allí nos ayudamos unos a otros, tenemos infraestructuras preparadas para darnos cobertura y sabemos que las acciones que llevemos a cabo pueden tener consecuencias graves, que podemos acabar detenidos o algo peor.
-Ya sé que no me puedo comparar contigo- le dije un poco ofendido- pero solo quiero saber más, no estoy pidiéndote nada tan grave. Déjame mas libros, cuéntame más cosas sobre como queréis llevar a cabo la revolución.
-Está bien, pero no se puede enterar tu padre,- dijo resignado con una sonrisa en el rostro- La semana que viene hay una reunión de delegaciones de varias ciudades cercanas, va a ser muy interesante. Pero es por la mañana, y tú vas al colegio.
-No te preocupes, ya me las arreglaré para saltarme las clases sin que se entere mi padre.
-No sé porque, pero seguro que me acabo arrepintiendo de esto.- Dijo él mientras me rodeaba la cabeza con su brazo y con el otro me la rascaba con los nudillos.

Capítulo 1: Séptima entrega

Después de unos momentos dudando en si ir a trabajar, o volverme para casa, recordé lo que la noche anterior había estado leyendo, y me volvieron a invadir esas ganas de saber más sobre esas ideas que tanto me habían impresionado. Estaba hecho unos zorros, negro como un tizón de la humareda del incendio, totalmente despeinado y sudando como si estuviésemos en el más crudo verano.
Cuando llegué a la carpintería, mi padre y Herrman estaban moviendo un tablón enorme. Nada más abrir la puerta, mi padre que estaba de frente a ella, soltó el tablón, y debido a lo mucho que pesaba, Herrman también lo dejo caer. Se formo un estruendo espantoso.
-¿Qué ha pasado Rudy?- preguntó mi padre asustado al ver mi aspecto mientras no dejaba de zarandearme- ¿Estás bien?
-Sí papa, no te preocupes.
Me obligó a sentarme, y ordenó de manera enérgica a Herrman que fuese a buscar agua. No paraba de atusarme el pelo y de limpiarme la cara con su pañuelo lleno de saliva, cosa que en su vida había hecho, y que me resultaba incomodo, porque estaba en esa edad idiota en que te avergüenzas de que te traten como a un niño, actitud esta que refleja que aunque no te guste, todavía eres un niño. Bien, pues mientras mi padre no dejaba de atosigarme, y Herrman venía con el agua, comencé a relatarles lo que me había ocurrido.
-¡Malditos hijos de puta!-profirió Herrman con gran virulencia- ¿¡Es que no piensa hacer nada el gobierno para pararle los pies a Hitler!? Si fuesen los comunistas o los anarquistas habría cientos de detenidos ya.
Mi padre me soltó, se acercó a la puerta, sacó la cabeza, miró hacia ambos lados y volvió a meter la cabeza mientras cerraba con llave la puerta. Se situó en frente de Herrman y le dijo que en su negocio no quería a nadie que se significara políticamente. Mi padre se lo decía por su bien, pero Herrman no lo entendió así.
-No puede obligarme a no tener principios, ni tampoco a no luchar por defenderlos. Yo creía que usted era de otra manera, pero veo que es usted igual que todos los patrones. Pensaba que sus ideas eran cercanas a las mías, pero veo que usted se acerca más al pequeño Adolf.
En ese momento mi padre se giró, vi en él una mirada que nunca jamás había visto, y sin darle tiempo a Herrman a recular, le plantó su enorme y endurecida mano en el mentón. Se volvió sobre si mismo y sin darse la vuelta y con Herrman en el suelo le espetó-“Ni se te ocurra volver a compararme con semejante animal”

Capítulo 1: Sexta entrega

. Terminaron las horas lectivas y fui corriendo a casa para comer y echarme un rato antes de ir al taller. Comí en apenas diez minutos el plato que había preparado mi madre y me tumbé en mi cama, pero el nerviosismo no me dejó pegar ojo. Ese libro había cambiado mi vida, y tenía la sensación que lo que iba a ocurrir a partir de entonces no iba a tener nada que ver con la plácida vida que mis padres habían planeado para mi, en un bufete de abogados, siempre con las manos limpias y bien vestido. No sin tener que luchar en la vida, pero sí sin tener que pasar los apuros que ellos pasaron en un principio. Después de relajarme en la cama por espacio de una hora a eso de las cinco salí hacia la carpintería con unas ganas tremendas de encontrarme con Herrman. Pero antes de llegar, a dos manzanas del taller, vi a mucha gente corriendo hacia mi entre una espesa humareda. ¿Qué debía estar ocurriendo? Un poco asustado me escondí en un portal, a esperar que pasara la muchedumbre. Una vez hubo pasado todo el gentío, salí de mi escondrijo, y me dirigí hacia el lugar de donde provenía el humo. Me metí entre aquella niebla sin saber muy bien que era lo que me podría encontrar, y cuando estaba llegando al foco del incendio, tropecé con algo y debido a la velocidad a la que estaba corriendo, me di de bruces con los adoquines. Como pude me levanté, y me giré para ver qué era lo que me había hecho caer. Maldita sea la hora en que decidí darme la vuelta, me encontré delante de un cuerpo bañado en su propia sangre, bocabajo y que se movía de una manera espasmódica que daba pavor. De la impresión, me caí de culo, e intentaba recular, cuando de repente noté que unos brazos tiraban de mí hacia atrás, mientras me gritaban que me tranquilizase, que ya estaba a salvo. Yo me había quedado paralizado por esa imagen, y allí me encontraba yo, sentado en la acera, con una manta sobre la espalda, y con esa imagen grabada a fuego en mi mente, mientras los bomberos realizaban su trabajo. Así estuve no se cuanto tiempo, hasta que uno de los bomberos me levantó y me preguntó que si quería que me llevasen a un hospital. Yo le dije que no era necesario, y le devolví la manta. En ese momento, comencé a reaccionar y mis ojos fueron capaces de volver a enfocar de manera correcta. El incendio había sido sofocado, y por fin pude ver lo que se había incendiado. Resulta que era una sastrería, una simple sastrería que había sido asaltada por no menos de cincuenta personas, ¿Cuál era la razón? Pues la verdad es que no lo tuve claro hasta el momento en el que vi una pintada que adornaba la pared de la sastrería. “MUERTE A LOS JUDÍOS” y una esvástica debajo es lo que ponía la pintada. Ahora todo cobraba sentido, era uno más de los actos llevados a cabo por el NSDAP, el partido ultranacionalista que decía que los grandes culpables de la crisis económica y de la gran tasa de desempleo eran los Judíos, que solo se preocupaban de amasar riqueza, y los Marxistas, que querían que triunfase la revolución obrera e instaurar la dictadura del proletariado, aboliendo de esta manera toda la propiedad privada. El NSDAP decía no estar detrás de ninguno de estos actos violentos, (cosa que era totalmente falsa) pero no solo no las condenaban, sino que decían entender la reacción del pueblo, ya que las instituciones no hacían nada por solucionar los problemas que ellos denunciaban un día tras otro.

Capítulo 1: Quinta entrega

Sin mediar palabra me fui otra vez al despacho y dejé el libro junto a mi chaqueta y la tartera. Estaba verdaderamente ansioso por terminar la jornada y llegar a casa para comenzar la lectura de aquel libro. La tarde se hizo eterna y una vez finalizada salí del taller prácticamente sin despedirme de nadie. Poco menos que volaba por las calles de Berlín camino de mi casa para encerrarme a leer. Llegué a casa y casi ni cené con las prisas de comenzar a leer el libro que Herrman me había dejado. Di las buenas noches a mi familia cuando aún no daban ni las nueve en el reloj. Me metí en la habitación y cogí el libro, ni tan siquiera me puse el pijama, lo único que hice fue quitarme la camisa, y los zapatos. Comencé la lectura y no la dejé hasta que terminé la última palabra de la última página. Me habían sobrecogido aquellas ideas revolucionarias, aquellas palabras incendiarias prendieron mi alma y me dieron ganas de salir a reclamar tierra y libertad. Comprendí muchísimas actitudes beligerantes de la iglesia que antes no entendía o que simplemente pensaba que así debía hacerse porque esa era la ley que Dios había marcado. Mi familia era cristiana pero no practicante, y por mi lado yo siempre me había cuestionado los planteamientos de la Iglesia. Lo que me había planteado menos veces era la no existencia de Dios. Pero las palabras de ese ruso, me hicieron cuestionármelo con más fuerza, y me hicieron recordar unas palabras de mi profesor de Filosofía. “Los razonamientos que esconden mayor falsedad, son aquellos que a la vez son indemostrables e irrefutables”. Eso era Dios, nadie podía demostrar su existencia, pero tampoco nadie podía demostrar lo contrario. Me daba la impresión de haber adquirido más conocimiento en esa noche en vela que en los dieciséis años anteriores. Dejé el libro en la mesita de mi habitación y me dispuse a dormir, pero no pasaron ni cinco minutos, que mi madre entro en la alcoba y abrió las cortinas desoyendo mis quejas. Era la hora de levantarse, debía ir a la escuela. No podía con mis ojos, pero mi madre no se apiadó de mí y me levantó tirándome del brazo derecho. A duras penas llegué al colegio, y también a duras penas aguanté los castigos de mis profesores por dormirme en clase mientras ellos daban sus explicaciones. Lo único que yo quería era que pasase la mañana y que llegara la hora de ir a la carpintería. Me invadía la ansiedad pensando en la cantidad de preguntas que le tenía que hacer a Herrman, al que en ese momento veía como a un ídolo prácticamente

viernes, 25 de enero de 2008

Capítulo-1: cuarta entrega

-Tranquilo, no le voy a decir nada a mi padre, ¿somos compañeros, no?- Le dije yo para intentar ganarme su respeto y confianza.
-¿Seguro que no dirás nada, patroncito?- Así me llamaba él cuando quería verme fuera de mis casillas.
-Pues claro, hoy por ti mañana por mí.
-¡Vaya con el patroncito! Si resultará que no es tan niño mimado como parece. Todavía sacaremos provecho de él- dijo en tono burlón
-No vas a hacer que me encienda, yo vengo a trabajar, y no a discutir contigo.-Le respondí sereno, aunque por dentro me hirviera la sangre. Y es que cuando tienes esa edad no soportas que te traten como a un crio, y menos que te digan que eres un niño mimado.
Me fui al despacho de mi padre a dejar la tartera con la merienda que mi madre me había preparado. Al salir, vi que también había llegado Isaac, el otro empleado de mi padre. Era un chico muy tímido, de origen judío y de mi misma edad. Apenas hablaba con nadie, pero mi padre estaba encantado con él, porque tenía unas manos prodigiosas. Esa tarde no iba a venir mi padre, así que me acerque a Herrman y le dije:
-Oye Herrman, ¿Me das un cigarro?
-¿Qué dices niñato?-Dijo con cara de sorpresa-Esto es para hombres
-Yo ya he fumado otras veces, ¿qué te crees tú?- Contesté yo enojado.- ¿Me lo das o me voy a comprar yo?
-Toma, toma, no te enfades.
Me acercó un cigarrillo, yo lo cogí y me lo puse en los labios, él acercó el encendedor al pitillo y yo le di una fuerte calada para que se encendiera a la primera. Me entró la tos, pues en realidad sí que era la primera vez que fumaba, pero yo muy digno le di otra calada y me apoye en la pared al lado del taburete donde estaba sentado Herrman. El me miró y se rió. Yo intentaba disimular el mareo que el tabaco me había producido, así que intenté entablar una conversación seria con él.
-Oye Herrman, ¿te puedo hacer una pregunta?-dije intentando crear expectación.
-Adelante- respondió él sin quitar el cigarro de la boca.
-¿De qué era el libro que estabas ojeando?
-¿Este? Toma, míralo tú mismo- dijo acercándome aquel libro que parecía roído por las ratas.
Yo lo tome en mis manos y le miré la portada. En él se veía a un hombre de larga barba, y mirada enojada, y encima de su retrato ponía: Dios y Estado por Mijaíl Bakunin.
-¿Quién es este Bakunin? ¿De qué va el libro?- Pregunté impresionado por la mirada de aquel barbudo de la portada.
-¿Por qué no lo averiguas por ti mismo? Llévatelo y ya me lo devolverás.- Me respondió con una sonrisa en la boca dándose cuenta de que el libro había despertado en mi mucho interés.

Capítulo-1: tercera entrega

Una vez explicada cual era la situación en la que se encontraba el conflicto, que países formaban los bandos y elaborado un pequeño mapa de cómo se encontraban los diferentes frentes entre finales de 1.941 y mediados de 1.942, creo que puedo comenzar mi relato.
Comenzaré presentándome, me llamo Rudolph, nací por causas del azar en Varsovia (Polonia) en 1.916, aunque me crié en Berlín. Mi padre, Rudolph, trabajaba en una pequeña carpintería de su propiedad en el centro de Berlín. Hay que decir que el negocio no funcionaba mal, por lo que la situación económica que disfrutábamos era bastante cómoda. Mi madre, Sarah, se ocupaba de la casa y de mi hermana Ana y de mí. Mi hermana era tres años mayor que yo, y como siempre decía mi madre, era la única guapa de la familia. Vivíamos en un piso muy amplio en pleno centro neurálgico de la ciudad. No se podía decir que fuésemos ricos, pero entre lo que daba la carpintería, y la herencia que mis abuelos maternos le habían dejado a mi madre, si que se podía decir que estábamos asentados en la burguesía. Mi padre cada vez trabajaba menos con las manos y más con la cabeza, había contratado a dos jóvenes ayudantes, y el cada vez se dedicaba más a la contabilidad. Cuando contaba con 16 años, mi padre me puso a trabajar por las tardes en la carpintería, sin que por ello dejara los estudios, pues mi padre quería hacer de mí un abogado de prestigio. Corría el 1.933, eran tiempos de crisis y la situación social en Alemania era convulsa. Las revueltas populares y las huelgas se sucedían. Estaban respaldadas y organizadas por el grupo parlamentario más fuerte en ese momento, el NSDAP, y por su líder Adolf Hitler. El año anterior Hitler había sido derrotado en las elecciones de marzo por Paul von Hindenburg, pero no se resignó, y estaba intentando derrocar como fuese el gobierno de Hindenburg. Después de tantas revueltas y tanta violencia callejera, consiguió que Hindenburg pactara con él debido a la debilidad de su gobierno. Por mi parte, yo estaba empezando a politizarme pese a mi corta edad. Uno de los empleados de mi padre, con el que al principio tuve fuertes enfrentamientos a causa de mi condición de hijo del patrón, era militante de un pequeño sindicato anarquista que seguía las enseñanzas de Mijaíl Bakunin. Mi padre se mantenía bastante al margen de la política, pero últimamente se había implicado un poco más y sus ideas cada día que pasaba se escoraban más hacia la izquierda. El pánico que le provocaban las palabras de Hitler, y el que pudiera asumir el mando, le hicieron significarse más. Al principio de yo entrar en la carpintería, me aconsejó que no le hiciera mucho caso a Herrman, que sus ideas no conducían a nada más que a futuros problemas, pero sin embargo el no hacía más que mantener discusiones políticas con él. Para un chaval como yo, que mi padre me prohibiera hacer algo que él hacía a diario sin esconderse, era como incitarle a hacerlo, además, ¿que podía tener de malo decirle a Herrman que me explicase mas sobre esas teorías idealistas de derrocar todos los gobiernos y que todo el poder residiera en el pueblo?. Herrman es un tipo muy especial, es un joven de 25 años espigado y prácticamente albino. Tiene la cara llena de marcas del acné, aparenta mucha menos edad de la que tiene, fuma como una chimenea y siempre está hablando de que llegará el día de los obreros. En un principio seguí los consejos de mi padre, pero un día llegué tarde a trabajar, y me encontré a Herrman vagueando en una esquina, con una colilla colgando del labio inferior y leyendo un libro. Al verme saltó de su taburete, cerró el libro y se quitó la colilla.

Capítulo-1: segunda entrega

El mapa europeo era desolador para los que como yo amamos la libertad. Los fascistas dominaban Alemania, Italia, Países Bajos, Francia (donde todavía quedaban algunos focos de resistencia), España, Polonia, Checoslovaquia, Yugoslavia, Rumanía, Hungría, Bulgaria, Austria, Grecia y Turquía. En el continente europeo solo quedaba Suiza, que en un principio se declaró neutral, pero que cuando se vio amenazada no se lo pensó dos veces y se plegó a las órdenes de Il Duce, los países nórdicos, que no tardarían en pactar su rendición con El Eje, la URSS, que seguía resistiendo con las fuerzas hispano-alemanas a las puertas de Moscú, y las islas británicas que eran las que más resistencia estaban oponiendo. Londres estaba siendo bombardeado día si día también, pero Hitler no se decidía a hacer entrar sus tropas terrestres en Inglaterra. Ni el ejército, ni el pueblo británico estaban dispuestos a entregar la cuchara sin antes luchar hasta la extenuación.
Si el panorama europeo era escalofriante, en el resto del planeta la cosa no era mucho más alentadora. El Nordeste asiático estaba totalmente dominado por el emperador Hirohito. Si bien en el primer momento Japón solo quería la ayuda bélica de los fascistas europeos para derrotar a EEUU, Hitler y Mussolini fueron tremendamente convincentes en su argumentación. Al emperador no le quedó nada más que plegarse y poner al servicio de los grandes dominadores de Europa todas sus tropas y sus recursos. Decenas de submarinos rodeaban el archipiélago nipón, cargados con unas nuevas armas muchísimo más destructivas que las convencionales, las que se empezaban a conocer como armas atómicas. Eran bombas que al explotar unían al poder destructivo de la propia explosión, la liberación de una cantidad impresionante de energía nuclear que contaminaba por un largo periodo de tiempo una gran parte del territorio circundante con la radioactividad desprendida por los elementos químicos que componen el arma en cuestión. El Emperador comprometió su fuerza naval y aérea en el ataque a Norteamérica, y a cambio pidió recibir apoyo de los fascistas en el frente que quería abrir en el sudeste asiático y sobretodo en China. Alemanes e italianos accedieron y pusieron a sus estrategas a trabajar en la operación de pinza que iba a atrapar a los soviéticos entre dos frentes. Si el Pacífico estaba prácticamente dominado por los japoneses, (con la inestimable ayuda del eje europeo) el Índico apenas opuso resistencia. Las fuerzas de Australia estaban prácticamente en su totalidad en continente europeo, pues no cabe pasar por alto la fidelidad a la corona inglesa por parte de estos. Los nipones no tardaron en hacerse con el control de toda Oceanía, pero como pasaba con todos los territorios ocupados por el ejército Japonés, el régimen que se intentaba imponer (no sin problemas) era el Nacional Socialista, y como se verá más adelante, se conseguirá en la totalidad del planeta, salvo en los que no era necesario, véase España e Italia por ejemplo. Incluso en Japón se derrocaría al emperador una vez terminada la guerra, pero antes de que eso sucediese, ya se obligó al ejército a lucir la esvástica en sus uniformes y en su material bélico.

Capítulo-1: primera entrega

Esta historia comienza en el 1941, en el momento en el que después del bombardeo de Pearl Harbour, las fuerzas japonesas apoyadas por la marina alemana decidieron atacar a los Estados Unidos en su territorio continental. Lo que las fuerzas aliadas pensaron que jamás ocurriría, estaba pasando. El enemigo se atrevió a intentar la invasión de la primera potencia militar del planeta. A la vez también abrieron otro gran frente en China, donde los japoneses apostaron gran parte de sus fuerzas terrestres preparadas para el combate. Lo que pretendían era hacer una pinza y aislar en el medio a la Unión Soviética. Cabe recordar que en ese momento el eje Germano-Italiano había centrado su gran ofensiva (en territorio europeo) en lo que se había llamado el Frente Ruso. Hasta ese momento las fuerzas enemigas estaban compuestas por la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini y el Imperio Japonés. A estos no tardaría en unirse la España de Franco, que hasta entonces solo había ofrecido apoyo logístico, ya que debido a la proximidad en el tiempo todavía del final de la Guerra Civil (1939) su ejército y su economía no se habían podido recuperar. Pero Franco, que siempre había sabido colocarse debajo del árbol que mejor sombra da, aconsejado por sus asesores, y viendo que la victoria se inclinaba a favor de los fascistas, no dudó en ofrecer los servicios del ejército, sus recursos naturales, y el territorio español al eje faccioso. Hitler no lo dudó y aceptó, pues aunque no fueran de mucha utilidad las fuerzas que podía ofrecer el pequeño dictador español, lo que si era muy interesante era el poder disponer del territorio costero del que gozaba España en el continente Africano (protectorado de Marruecos). Eso le permitiría controlar el paso del Estrecho de Gibraltar, y establecer bases para sus barcos y submarinos que regresaran de América. También le permitiría abrir un frente Africano en su momento y así instalar el régimen Nazi en 4 de los 5 continentes.
Una vez España entró a formar parte del Eje, Portugal no tardó en adherirse también. No es que Portugal gozara de un gran potencial belicista, pero los dirigentes de la alianza facciosa lo consideraron como un punto estratégico importantísimo. De esa manera, con Portugal de su lado, El Eje dominaría gran parte del Atlántico europeo (Portugal y España eran aliados, Francia estaba totalmente ocupada y cabe no olvidarse de las colonias de España y Portugal en África) y además cerrarían el Mediterráneo, el cual podrían convertir prácticamente en una gigantesca base para su marina.

viernes, 18 de enero de 2008

INTRODUCCIÓN

Revolución 1945
Introducción
Bordeaux; invierno de 1945. 1ª reunión y fundación del Comité de Milicias y Resistencia

-¡Hay que levantarse y pelear!- me dijo Ethan- No nos podemos rendir y dejar el mundo en manos de estos hijos de puta. Van a masacrar a todos aquellos que piensen diferente a ellos.
-Lo sé, pero no disponemos de casi recursos, y ahora mismo no nos será nada fácil reunirlos. Por no hablar de nuestra inferioridad numérica, ellos tiene ejércitos a su servicio, y nosotros únicamente disponemos de unos 12.000 milicianos desperdigados por todo el mundo. Ninguna de nuestras unidades superan los 100 hombres.
-No te apures Rudolf, esa desventaja siempre la vamos a tener, pero lo que tenemos que hacer, es tornar esa inferioridad numérica en nuestra mayor arma.
-¿Cómo?- repliqué yo con cara de alucinado- Creo que no te has oído lo que has dicho.
-Perfectamente, me he oído perfectamente. Es evidente que no nos podemos enfrentar de manera directa en una guerra convencional, por lo que les habremos de atacar sin que se lo esperen.
Las palabras de Ethan eran confusas pero animosas y convincentes a la vez.
-Creo que empiezo a entender lo que quieres decir. En una guerra abierta no tenemos nada que hacer, nuestra única posibilidad es hacer servir el terrorismo, la guerra de guerrillas y el espionaje.
-Con eso no haremos mucho si no conseguimos que el pueblo se ponga de nuestra parte- interrumpió Jean Pierre- y eso se consigue tan solo de una manera, con la política.
-Sí-añadí enérgicamente- Debemos encontrar gente preparada, gente que desde la clandestinidad vuelva a hablar de la libertad, que les recuerde que ellos mismos son los únicos que pueden decidir su destino, y que les haga darse cuenta de que ese no es el futuro que quieren para ellos ni para sus hijos. Tenemos que ser capaces de levantar a toda la clase obrera y a los agricultores.
-Efectivamente, pero hemos de trabajar desde abajo. Hemos de conseguir que nuestro ejército más poderoso sea el que formen nuestros intelectuales. El enemigo sabe que un pueblo analfabeto es un pueblo dócil y manejable, y está haciendo lo posible para que los estratos más bajos de la sociedad no reciban educación alguna o como mucho reciban una formación precaria y manipulada. Lo que de verdad les interesa es crear una élite de sabios que desarrollen su tecnología, que hagan avanzar su medicina, y que mejoren sus sistemas políticos, económicos y sociales para seguir manteniendo el dominio en el mundo.-Interpeló Jean Pierre.
-Totalmente de acuerdo Napoleón- le dijo Ethan a Jean Pierre llamándole por su apodo.
-Pues si todos estamos de acuerdo, creo que deberíamos dar por finalizada la primera reunión y la fundación de este comité.-Intervine yo.- En un mes nos vemos aquí de nuevo y comenzamos a darle forma a este proyecto. La victoria será nuestra, ¡VIVA LA REVOLUCIÓN!

miércoles, 16 de enero de 2008

Objetivos

Hola, bienvenidos a todos aquellos que visiten, aunque sea por casualidad, este blog. En él voy a daros la paliza con una historia que quiero que quede plasmada en algún sitio. Soy un escritor sin talento y frustrado, así que no sé si seré capaz de terminarlo. No he recibido ninguna formación literaria, y escribo únicamente por hobby.
Esperando que por lo menos no os aburra, os ofrezco lo que pasa por mi mente.

Un saludo.

Jaime