sábado, 26 de enero de 2008

Capítulo 1: Séptima entrega

Después de unos momentos dudando en si ir a trabajar, o volverme para casa, recordé lo que la noche anterior había estado leyendo, y me volvieron a invadir esas ganas de saber más sobre esas ideas que tanto me habían impresionado. Estaba hecho unos zorros, negro como un tizón de la humareda del incendio, totalmente despeinado y sudando como si estuviésemos en el más crudo verano.
Cuando llegué a la carpintería, mi padre y Herrman estaban moviendo un tablón enorme. Nada más abrir la puerta, mi padre que estaba de frente a ella, soltó el tablón, y debido a lo mucho que pesaba, Herrman también lo dejo caer. Se formo un estruendo espantoso.
-¿Qué ha pasado Rudy?- preguntó mi padre asustado al ver mi aspecto mientras no dejaba de zarandearme- ¿Estás bien?
-Sí papa, no te preocupes.
Me obligó a sentarme, y ordenó de manera enérgica a Herrman que fuese a buscar agua. No paraba de atusarme el pelo y de limpiarme la cara con su pañuelo lleno de saliva, cosa que en su vida había hecho, y que me resultaba incomodo, porque estaba en esa edad idiota en que te avergüenzas de que te traten como a un niño, actitud esta que refleja que aunque no te guste, todavía eres un niño. Bien, pues mientras mi padre no dejaba de atosigarme, y Herrman venía con el agua, comencé a relatarles lo que me había ocurrido.
-¡Malditos hijos de puta!-profirió Herrman con gran virulencia- ¿¡Es que no piensa hacer nada el gobierno para pararle los pies a Hitler!? Si fuesen los comunistas o los anarquistas habría cientos de detenidos ya.
Mi padre me soltó, se acercó a la puerta, sacó la cabeza, miró hacia ambos lados y volvió a meter la cabeza mientras cerraba con llave la puerta. Se situó en frente de Herrman y le dijo que en su negocio no quería a nadie que se significara políticamente. Mi padre se lo decía por su bien, pero Herrman no lo entendió así.
-No puede obligarme a no tener principios, ni tampoco a no luchar por defenderlos. Yo creía que usted era de otra manera, pero veo que es usted igual que todos los patrones. Pensaba que sus ideas eran cercanas a las mías, pero veo que usted se acerca más al pequeño Adolf.
En ese momento mi padre se giró, vi en él una mirada que nunca jamás había visto, y sin darle tiempo a Herrman a recular, le plantó su enorme y endurecida mano en el mentón. Se volvió sobre si mismo y sin darse la vuelta y con Herrman en el suelo le espetó-“Ni se te ocurra volver a compararme con semejante animal”

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